jueves, 17 de enero de 2008

(Sin título)

Nos encontrábamos a mil y un kilometros de cualquier lugar. Rodeados de gente sin rostro, de calles sin nombre y de corazones sin latidos.
Todo sabía a inercia por el norte, sur, este, oeste y esas otras direcciones conocidas que no tienen nombre, hasta nosotros. Me contabas algo, supongo que una de esas historias tuyas, mitad verdad-mitad mentira, repleta de frases deprimentes y de colores llamativos. Típicas construcciones tuyas que huelen a manzanas endulzadas y a maquillaje de payasos.
Yo, como nunca, no te hacía ni uno ni dos casos, miraba mis zapatillas sucias de ti como si se tratase de algo fino y nuevo, esas cosas que suelen despertar curiosidad. A mi cabeza llegaban apenas frases aisladas, frases nulas, sin dirección ni sentido, sin remitente ni postal.
Intentaba concentrar mi atención en alguna de mis suelas, amarrar mi voz a mis agujetas para acallar gritos, para evitar la verdad, para negar ese dolor en mis talones de tanto caminar contigo.
Pero creo que llega un momento en el que explotas, los sentimientos y no sentimientos, los sentidos y sinsentidos, los dolores y corazones salen de ti por los poros, por los codos y por los ojos.

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